Judas y yo (Columnistas)

Por: Sergio Florentin










 

      Judas y yo

-Judas! –El grito lo oí clarito, demasiado cercano. Pero no era el “Judas” que uno escuchó tantas veces, era algo extraño, con la “J” sonando como “Y”. Como si fuese en otro idioma.

-Judas!-Volví a oírlo tan cerca, que parecía que lo había gritado yo. El teatro completo se dio vuelta ésta vez para ver de dónde provenía la blasfemia, aunque algunos buscaban al autor de ella con cierta mirada de apoyo, esa que tienen los cobardes cuando alguien habla por ellos. Lo busqué a Tablita, no sé porque supuse que estaba al lado mío. Pero no, los rostros eran extraños, adustos, viejos. No viejos de edad, si no con unas características que yo reconocía antiguos, de revistas viejas, ésas que había leído tantas veces por curioso, por inquieto. Ropas oscuras, sweaters, camisas, anteojos, barba en los hombres. Minifaldas, vestidos de colores, saquitos de lana también en las mujeres, algunas llevan sombreros.
Ése fue el momento en que me sentí aterrorizado: el que había gritado, sin dudas había sido yo. Sentí la mirada de todos, sentí el miedo de que me caguen a trompadas, del linchamiento público. Pero mi terror no era comparable al que le sucedería: Desde el escenario, un pequeño gigante de traje gris, botas media caña, una increíble camisa negra y de una delgadez extrema, el niño grande, con sus cristalinos sus ojos azules, fríos y rencorosos, me contestó.
-I don't believe you. You're a liar! Me gritó. Si, a mí.

-Play fucking loud!-Esto fue lo que le dijo a su electrificada banda el Dios de la canción acústica hasta unos meses atrás. Y arrancó la versión más impresionante de su canción perfecta.

Comprendí inmediatamente adónde estaba, y me dispuse a disfrutar de un concierto histórico, ocultándome de las miradas en la oscuridad que da el contraste con el refulgente escenario, mas cuando arriba de él parecen estar algunos de los dioses del Olimpo rockero, iluminados aún con la total ausencia de los seguidores que los reflectan. Pero en ése momento algo inesperado pasó: Un timbre lejano, que de a poco iba interfiriendo más y más en la melodía de “Like a Rolling Stone”, terminó de por distraerme.

No tuve más remedio que seguirlo, como el canto de las sirenas del que hablaban los navegantes de siglos pasados, y pasó lo inevitable. Me desperté, con la extraña sensación de no saber si había tenido un sueño o una pesadilla .Y a pesar de la hora, fui directamente a mis cosas, el único rincón de la casa que me pertenece .Y ahí, adónde la había dejado, estaba mi pasaporte Neverland, el de Peter Pan, no el de Michael .Y cómo todos mis sueños cumplidos, Lore tenía que ver. Era obra de ella.